viernes, 25 de marzo de 2011

Ravel

Leyendo un artículo sobre la influencia del jazz en la música clásica me hace pensar que hace mucho que no escucho a uno de mis compositores favoritos, el francés, aunque de madre española, Maurice Ravel, considerado por muchos como el mejor orquestador de la historia y uno de los compositores más preciosistas y minuciosos.

Rebusco entre mis discos y me escucho tres obras, el Concierto para piano y orquesta en sol mayor, el Concierto para piano y orquesta en re mayor para la mano izquierda y, como no, el Bolero. Todas ellas de los años veinte. Ravel vive entre el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del XX.

Concierto en sol mayor para piano y orquesta: (interpretado por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart, bajo la dirección de Gary Bertini. Al piano, Kun Woo Paik.)
Consta de tres movimientos. Allegremente, Adagio Assai y Presto. El primero, se inicia con un golpe seco (en las versiones para doble piano se le suele dar a la tapa de uno de ellos) para desarrollar un tema ameno muy ligero donde la influencia del jazz (no en el sentido de la improvisación sino del sonido, digamos, norteamericano) es notoria. Debussy, Saint-Saëns, obviamente Stravinski y Gershwin. Todos se nutren del Jazz y se influyen entre ellos. La Rhapsody in blue del último citado tiene momentos que recuerdas la primera parte de este concierto. El segundo movimiento es de una belleza absoluta. Este Adagio, junto con una obra de Mozart, que ya mencionaré otro día en otra entrada, es mi pieza lenta favorita de todos los tiempos. Una magnífica melodía suena al piano. Poco a poco la orquesta muy sutilmente acompaña y crea una atmósfera ensoñadora, llegando al clímax en su final cuando el corno inglés rememora la línea melódica mientras el piano arpegia y finaliza con un trino “imposible”. Jamás me cansaré de escucharlo y descubrir cosas nuevas. La tercera y última parte, Presto, me recuerda a Un Americano en París del citadísimo Gershwin y, esto me ha valido en un foro muchísimas réplicas aunque no me bajo del burro, al West Side Story de Berstein.

Concierto para piano y orquesta en re mayor para la mano izquierda: (mismo disco e interpretación que el anterior)
Tengo que reconocer que me gusta bien poco. Es algo oscuro (y eso que también hay mucha influencia jazz aquí también). Quizás su historia es más llamativa. Se la encargó un célebre pianista, Paul Wittgenstein tras perder un brazo en la I Guerra Mundial.

Bolero: (interpretado por New York Philarmonic Orchestra y dirigido por Kurt Massur. También vi en el Youtube la de Barenboim con la Orquesta de París. Por cierto, me estoy empapando una autobiografía de éste último interesantísima).
Pues… ¿que decir de esta pieza? Obviamente para cualquiera la más conocida del autor. Obra sencilla donde una melodía se repite sin cesar durante 16 mágicos compases interpretada por sucesión distinta de instrumentos sobre un ostinato (patrón rítmico repetido una y otra vez) de una caja orquestal y unas cuerdas en pizzicato que van desde pianissimo “pianissimo” a fortissimo “fortissimo”.
Como curiosidad, si alguien lo escucha, el orden de actuación de los instrumentos es (separo por -   -  cada melodía):
-Flauta-; -Clarinete-; -Fagot-; -Requinto-; -Oboe-; -Trompeta y Flauta-; -Saxo tenor-; -Saxo soprano-; -Flautín, Celesta y Trompa-; -Oboe, Corno Inglés y Clarinetes-; -Trombón-; -Flautín, Flauta, Oboes, Clarinete, Violines-; -Violines-; -Violines y Trompeta-; -Violines y Trombón-; -Flautín, Flauta, Saxos, Trompeta y Violines-; -Flautín, Flauta, Saxos, Trompetas, Trombón y Violines-. Cambio de tono y traca final.
Esta obra fue encargada por Ida Rubinstein para un ballet. Cuando comenzó su composición, jamás podría pensar Ravel que estaba creando una de las páginas más célebres de la historia de la música. 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Philadelphia

Charlando el otro día con unos amigos sobre grandes canciones de la historia del rock mencioné una que me encanta de Creedence Clearwater Revival, la famosísima “Have you ever seen the rain?”. Cuando llegué a casa me vino a la mente una versión que hicieron del citado tema los Spin Doctors aunque no recordaba que disco la incluía. Al final, sabíendo que lo tenía fisicamente y después de un buen rato de búsqueda, me acordé que estaba en la banda sonora de la película Philadelphia que dirigió Jonathan Demme después del Silencio de los Corderos. Así que aproveche y le di un repaso (al disco, no al film).

Independiente de  la música de Howard Shore, que en este caso pasa desapercibida, y siguiendo la costumbre de la época (desde la mitad de los 80 hasta mediados de los 90) de incluir canciones en el desarrollo de la película (que sirven para posterior videoclip promocional) nos encontramos con que Philadelphia incluye dos temas compuestos especialmente para ella. Dos pesos pesados, dos leyendas, en fin, dos monstruos del rock componen e interpretan estos temas. Bruce Springsteen y Neil Young.

“Streets of Philadelphia” de Springsteen da comienzo a la película. Ocho compases idénticos donde sólo oímos la percusión llevando un ritmo constante. Seguidamente se integra un teclado con sonido de cuerdas durante ocho compases más. Y llegamos al diecisiete, donde aparece la voz del “Boss”, en uno los mejores temas de su vida, si no el mejor.

El final de la película, en el funeral donde proyectan videos de su infancia y se reúnen amigos y familiares, suena el tema de Neil Young. Un piano y su voz  (ambos “reverberizados” a tope para conseguir un efecto de delicadeza extrema) acompañados en ocasiones de acordes de sintetizador y algo de platillo. Un verdadero temazo.
Como curiosidad, reseñar que los dos competirían en los Oscars a la mejor canción al estar ambos nominados, ganando el de New Jersey (Springsteen).

Independientemente de lo dicho, siempre he pensado que el Oscar al mejor actor que consigue Tom Hanks lo gana por dos momentos. El primero, por su cara de decepción, incomprensión y soledad al no encontrar nadie que lo defienda a la salida de un bufete. El segundo, es el gran momento de Philadelphia. Suena un disco y él explica y traduce conjuntamente a Denzel Washington un Aria de una Ópera. Literalmente transcribo: … “Es mi Aria favorita. Es María Callas. En Andrea Chénier. De Umberto Giordano. Esta es Maddalena. Explica como durante la Revolución francesa la chusma prendió fuego a su casa. Y su madre murió salvándola a ella. ¡Mira! El lugar que me vio nacer está ardiendo. Estoy sola. ¿No oyes la angustia en su voz? ¿La sientes, Joe? Ahora entran los instrumentos de cuerda y todo empieza a cambiar. Y la música se llena de esperanza. Voy a cambiar. ¡Escucha, escucha! Yo causo dolor a los que me curan. ¡Oh, ese chelo solitario! Y fue durante ese dolor cuando me llegó el amor. Una voz llena de armonía me decía: sigue viviendo. Yo soy la vida. El Cielo está en tus ojos. Es todo lo que te rodea, es la sangre, el barro. Yo soy divina. Yo soy el olvido. Yo soy el Dios que desciende del Cielo a la Tierra para hacer de la Tierra un Cielo. Yo soy el amor. Yo soy el amor.”
A mi parecer, aparte de uno de los grandes momentos de la historia del cine, una lección de cátedra de cómo hay que escuchar un Aria. No es una canción aislada. Es un trocito de un todo que es la Ópera en si. Hay que conocer el argumento. Su significado y su contexto en él. Los recursos musicales que utiliza para matizar las expresiones (de alegría, tristeza, etc.. ) que requiere el compositor. En fin, recalcar que la Ópera  únicamente no es cantar. Es también interpretar. De ahí la grandeza de María Callas. Excelente en las dos facetas.

Un día me dijeron refiriéndose a este género. No entiendo como te puede gustar eso. No respondí. Pero me dije para mi mismo: Yo si que no comprendo como no te puede gustar.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Sobre la Tacita de Plata

En la fecha en que estamos, no podría hablar de otra cosa que no fuese del sonido de mi ciudad. De la música de Cádiz, cuna de los Tanguillos y las Alegrías y de “las olas de La Caleta, que es plata quieta...".

Muchas veces me preguntan, sabiendo de donde soy, por el autor de una coplilla carnavalera en concreto; otros no tan conocedores de lo que se hace aquí me interrogan con ¿Cuál es la cancioncilla ésta? ¿Dónde sale eso que cantan en carnavales por la calle? ¿Y esa canción que corean en el estadio? Intentaré contar el origen de tres o cuatro musiquillas típicas que nos acompañan casi a modo de banda sonora a los gaditanos, que aunque todos mis paisanos las conozcamos, más de uno de fuera, no.

Obviamente comienzo por Los Duros Antiguos “que tanto en Cádiz dieron que hablar”, el tanguillo por excelencia que representa a la ciudad y al Carnaval, compuesto por Antonio Rodríguez Martínez, El Tío de la Tiza, para su coro de 1905 “Los Anticuarios”. Dudo que exista alguien que escuche sus tres primeros acordes (tran, tran, tran) y no lo asocie a la tacita.

Si no me desvío del Carnaval, es obligado que haga mención al padre de la Comparsa, Paco Alba. Y como no, a su más célebre pasodoble. “Viene a esta tierra un barquito, más típico no lo hay, más blanco ni más bonito, en todo el muelle de Cai”. Obviamente me refiero al Vaporcito del Puerto, compuesta en 1965 para “Hombres del Mar”.

Cumpliendo un siglo el Cádiz club de fútbol, no puedo dejar de felicitarlo refiriéndome a sus himnos. El oficial, de Escobar y Parodi, y el oficioso, pasodoble dedicado al equipo amarillo y azul por Manolito Santander en su chirigota “La Familia Pepperoni” de 1998. “Me han dicho que el amarillo…”

Alejándome un poquito del Carnaval, célebre e inmortal es el tema que Carlos Cano y Antonio Burgos compusieron, Las Habaneras de Cádiz. Por cierto, lo de “La Habana es Cádiz con más negrito” se le ocurrió (como no) a Lola Flores (“Hijo, esto es como Cádiz, pero con más negros y con más palmeras que las que hay en el Parque Genovés”) en una actuación en Cuba.

Me viene a la mente, que la playa más genuina de Cádiz, La Caleta, esté flanqueada por calles y bustos de “gaditanos” no nacidos allí (Paco Alba en Conil, Fernando Quiñones en Chiclana, Carlos Cano en Granada y Antonio Burgos en Sevilla). Pero como dice este último: La gente de Cai nacemos donde nos sale el alma.

Para terminar, una última curiosidad. Cuando pasan por la Plaza de San Juan de Dios y oyen las campanas del Ayuntamiento tocar una melodía, sepan que son las campanas de La Atlántida, obra de Manuel de Falla, el más grande compositor español de todos los tiempos.

Bueno, podría seguir escribiendo horas y horas (ya haré más entrada sobre Cádiz en mi blog) pero hoy me he levantado muy temprano y como dice el refrán, quien madruga… tiene sueño.

miércoles, 2 de marzo de 2011

El Concierto para Mandolina del "cura rojo"

El más representativo compositor italiano del Barroco es el veneciano Antonio Vivaldi, (1678-1741) apodado “el Cura Rojo” por el color de su pelo. Con total seguridad, cualquiera que posea discos de música clásica tiene casi seguro su trabajo cumbre: Las Cuatro Estaciones. Esta obra maestra sólo tiene un pero: el haber eclipsado el resto de sus composiciones. Algo lógico, dada la belleza incomparable que poseen los cuatro conciertos que la forman. Gran expresividad,  riqueza sonora, brillantez, velocidad y agilidad, acompañan ésta y el resto de su obra.

Aunque compusiera también entre cuarenta y cincuenta óperas (tristemente sólo se conservan poco más de diez), la gran fama de Vivaldi se debe a su música instrumental y concretamente a sus Conciertos y a la forma que les da (desarrollados posteriormente por Bach, dicha forma perdurará en el clasicismo, romanticismo y siglo XX).

Un Concierto es una pieza destinada al contraste entre una orquesta y uno o varios solistas. La forma predominante anterior a Vivaldi es el Concerto Grosso (con un grupo solista, dos o más, llamado concertino). Él es quien consigue que sea un único instrumento el solista, en concreto el violín, siendo la voz dominante del conjunto. Posteriormente le dará protagonismo a otros instrumentos, rescatando del olvido al violonchelo, fagot, oboe, flauta y mandolina.
Los conciertos de Vivaldi suelen  estar divididos en tres tiempos Allegro-Adagio-Allegro siendo la tonalidad común en sus movimientos, la que presta unidad a toda la obra.

Dicho todo esto, estuve escuchando una recopilación creada por mí, con varias interpretaciones del Concierto para Mandolina y Orquesta RV 425 (mi favorita es una de la Orquesta de San Marcos). En tonalidad de Do Mayor, resume todo lo indicado anteriormente. Tres tiempos, allegro-adagio-allegro, la Madolina ejerce de solista y el resto orquestal se limita a un puro acompañamiento. El primer movimiento, precioso, es el más conocido. En 4/4 la Mandolina se ejecuta con gran virtuosismo muy velozmente bajo un acompañamiento unísono en cada parte del compás. El segundo, también en 4/4, desarrolla el tema lentamente, donde el instrumento de cuerda es escoltado por el resto de la instrumentación la cual aparece cada dos partes  de tiempo ejecutando un acorde. El tercer tiempo (sobreexposición del tema), aunque en 2/4 toma de referencia los solos del primer movimiento bajo el acompañamiento del segundo. Sencillo, el concierto es una auténtica joya. Ideal para crear afición entre los niños y los no tan niños. Genial, como casi todo lo del pelirrojo, uno de mis autores favoritos.

Dos apuntes más.
1) El primer movimiento sirve de banda sonora en la película Kramer contra Kramer, interpretada por los entonces jovencísimos Dustin Hoffman y Meryl Streep. Creo que en la peli también incluyen un concierto de Henry Purcell (escribo de memoria y no lo puedo afirmar con rotundidad).
2) Existe una curiosa película, Vivaldi, Príncipe en Venecia, sobre la vida del susodicho. Puede ser algo pesada. Sólo recomendada para melómanos de los buenos.