martes, 15 de febrero de 2011

La Tempestad

Llevo toda la semana escuchando la Sonata nº17 en Re menor (Op.31, nº2) que quizás sea una de mis favoritas, si no la que más, de las 32 que Ludwig van Beethoven compuso para piano. Ardua tarea, ya que para disfrutarla se requieren tres elementos esenciales que son oído, corazón y alma.

Oído, para prestarle la atención necesaria, que es toda. No se puede despilfarrar ni una sola nota. Alma, para ponerse en el lugar del compositor, por qué este acorde y no otro, por qué cambia de tono, etc… Y corazón para poder enamorarse y sentir la Sonata como algo propio que nadie te puede quitar.

Pero como dije, no es nada fácil. Me grabé para el coche una interpretación de Hélène Grimaud, pero que como suele pasar, el piano no se oye del todo bien y hay partes que no se escuchan con el ruido del motor. En el youtube vi un video de Wilhelm Kempff, señor que me pone algo nervioso por su cara rígida y hace que me pierda de su ejecución (por eso prefiero escucharlo en disco). Cuando al fin, consigo concentrarme, los niños se apoderan de la tele pidiendo Micky Mouse, Cantajuegos o Blancanieves. Podía rendirme, pero almacené una interpretación de Barenboim en el móvil (de cuando tenía 17 años y se las aprendió todas de memoria) y cuando todos se durmieron me lo llevé a la cama, me puse unos auriculares y finalmente lo disfruté.

La Sonata conocida con el sobrenombre de “La Tempestad” consta de tres movimientos (Largo - Allegro en 4/4, Adagio en 3/4 y Allegretto en 3/8).

El primero de ellos, es un prodigio de virtuosismo (recordemos que nadie se atrevía a interpretar las obras para piano de Beethoven hasta que muchos años después Liszt fue el primero en afirmar que eran ejecutables) y sonoridad, de contrastes entre pianissimo y fortissimo, donde ya observamos a un Beethoven definitivamente alejado del clasicismo vienés para marcar las pautas del Romanticismo que el mismo inicia. El segundo movimiento representa la calma tras la tempestad, tranquilidad sobre una pequeña melodía necesaria para llegar a la apoteosis de la tercera y última parte, genial, maravillosa y única. Una pequeña frase va progresando para convertir el pasaje en una auténtica batalla entre pianista y piano. Cuando llega al máximo de fuerza, vuelve la frase a la dulzura inicial y así durante los siete minutos aproximados que dura intercambiando intensidad y calma. En varios momentos me recuerda la leyenda de Miguel Angel cuando golpea en la rodilla a su Moisés y le dice ¿por qué no me hablas? Aquí sucede lo mismo. Es tal la batalla, que hay momentos en que parece que el pianista se va a retirar del teclado para decirle al piano “¡¡¡habla!!!”.

Recomiendo a cualquiera que le dedique media hora de su vida a “La Tempestad”, o a cualquiera de las otras treinta y una sonatas. Se cuenta que Lenín, evitaba oír la nº23 “Appassionata”, porque le emocionaba tanto que temía que le hiciera demasiado blando para la revolución que tenía preparada. Hitler, se jactaba de que un alemán hubiese hecho estas obras. Si a estos cafres le gustaba ésto, creo que a cualquiera nos sucedería lo mismo. 

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