viernes, 24 de junio de 2011

E Street Band

El pasado domingo día 20, mi mujer leyendo el diario en Internet me comentó que si sabía la noticia de la muerte del saxofonista de Bruce Springsteen. ¡Coño, el negrito gordo! respondí de inmediato. Ella se sorprendió de que supiera quien era y seguro que pensaría que marido más friki tengo. Pero no es así. Clarence Clemons no es un músico cualquiera para mí. Este hombre es el más carismático de la banda, el que llena las canciones y trasmite su peculiar alegría dejándose los labios una y otra vez, y queriendo o no, forma parte de la historia de las carátulas de discos. Si algún seguidor lee ésto sabrá de qué portada hablo. Más bien contraportada.

Yo siempre he escuchado todo tipo de música. En mi adolescencia obviamente el pop y el rock invadieron mi dormitorio y el salón de la casa. De todo lo que escuchaba y veía por la tele, en plena época videoclip, dos cantantes, uno extranjero y el otro español, declinaron mis gustos claramente hacia el rock. Y en concreto al rock urbano. Eran Bruce Springsteen y Loquillo. Pero lo que más me gustaba eran las bandas que lo acompañaban. La E Street Band y Los Trogloditas. Su fuerza, su descaro, su compenetración en apenas tres o cuatro acordes que tiene una canción lo transmitían en los discos que, como he dicho, ponía sin parar a tope de volumen.

Recuerdo que a Springsteen lo conocí tarde, años después del Born in the USA. Mi primer disco suyo fue el Tunnel of Love. Como me encantó fui comprando los antiguos. Y entre ellos, los dos mejores que ha firmado el jefe, Born to Run y The River. En esos dos discos está todo el rock’n’roll de la historia resumido. Igual de importante era la banda que su líder. De vez en cuando ponían imágenes de sus conciertos donde veíamos el gigantón “negrito gordo” disfrutando de lo lindo con sus solos, y siempre de broma con alguna que otra coreografía con Springsteen. Que potente sonaba la batería. Que fuerza las guitarras, que ritmo de garaje marcaba el bajo. En fin, el sonido de New Jersey a los que la banda contribuyó sobresalientemente.

Pero ya no hay nada que hacer. La E Street Band se acabó. Ya un par de años antes había muerto Danny Federici, el de los teclados. Ahora el saxo. Ningún concierto, ningún disco sonará igual. The Boss seguirá sacando álbumes. Serán seguramente maravillosos. Pero ninguno como Born to Run o The River.
Finalizo dando las gracias por agradarme la vida a todos los miembros de la banda, los cuales cito de memoria (espero no equivocarme y hacer el ridículo): Bruce y su mujer Patty, Garry Tallent, Max Weinberg (que final tiene en el tema Born in the USA; cuando la canción ha terminado, el redobla y redobla hasta que el grupo vuelve al principio), Roy Bittan, Steven Van Zandt y los fallecidos Danny Federici y Clarence Clemons (el negrito gordo).

Pequeños momentos mágicos de mi vida: hace un par de años en la serie Como conocí a vuestra madre, el protagonista tiene que decidir si vivir con su novia en New Jersey, ciudad de ella, o en NewYork donde vive él. Se pelean por ambas ciudades. Suena el New York, New York mientras engrandece la ciudad y empequeñece la otra. El finalmente cede, y en ese instante a su mente le viene Bruce Springsteen cantando a su New Jersey. Bellos de punta.

sábado, 4 de junio de 2011

El Mozart español

Ha sido mi descubrimiento del año. He de reconocer que sólo conocía su existencia por el Teatro que lleva su nombre en Bilbao. Quizás mi ignorancia es debida a que en una colección de música clásica que ha sido mi guía para conocer a tantísimos compositores, no apareciera ninguna obra suya.

Hace unos pocos años sacaron un coleccionable de cedés, de venta conjunta con un diario, de música clásica española. Compré la colección completa y fui escuchándolos poco a poco. Albéniz, Granados, Falla, Sarasate, Turina, … todos ellos han pasado por mis lectores (ordenador, coche, etc…). Pero dejé uno arrinconado. El ¿por qué?, pues no lo sé. Quizás, por el desconocimiento al que me refería anteriormente.

Un poco antes de la Semana Santa puse Radio 2 (la clásica) en el coche. Juego muchas veces a intentar descifrar el autor de la pieza que está sonando. Con eso me distraigo y, dicho sea de paso, aprendo mucho. Piensas la época, la nacionalidad, sus características, etc… para llegar al compositor y acertar. Bueno, volviendo a ese día. Sonaba un tema. Rápidamente me di cuenta que por su instrumentación y estilo era una sinfonía. A los veinte o treinta segundo estaba convencido de que era de Mozart. Terminó la pieza…. y el programa. El presentador se despedía cuando me llamaron por teléfono y me quedé sin saber nada de la obra.

Días después me acordé de esto. Busqué el programa en Internet… y ¡Sorpresa! No era Mozart. Era una Sinfonía de Juan Crisóstomo Arriaga. Curiosamente, el del disco que nunca había puesto. Lo apunté en mi cuadernillo de “tareas pendientes”. Hace un par de semanas me propuse escucharlo. El CD consta de tres obras. La Sinfonía en Re y el 1er y 2do cuarteto de cuerda. La primera interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la dirección de Jesús López Cobo. Palabras mayores y realmente atrayentes.

Desde entonces escucho el álbum una y otra vez. Sobre todo la Sinfonía. Maravillosa.
El cuarto movimiento me encanta. Y me sigue recordando a Mozart. Obviamente he buscado en mis libros de música, mi enciclopedia clásica, Internet, etc… y me he informado de la vida y obra de Arriaga. Que la música suene al de Salzburgo no es raro. El bilbaíno nace en 1806. Digamos que enclavamos su obra en período clásico y la influencia mozartiana es más que lógica. Haydn es quien define el estilo. Mozart lo toma de éste y lo desarrolla.

Pero en sus biografías hay algo más que une al protagonista de mi disco con el que generó mi confusión. Ambos nacen un 27 de enero cincuenta años después. Los dos son músicos precoces. A los tres años uno da conciertos de piano y el otro de violín. Empiezan a componer en su niñez. Del austriaco ya sabemos. El español, crea su primera y única ópera con quince años. Y finalmente, más bien desgraciadamente, mueren jóvenes (“los elegidos de los dioses mueren jóvenes”). Arriaga en concreto… con sólo veinte años. Cuando tenía quince deja Bilbao para ir a París a perfeccionar sus conocimientos en el Conservatorio de la ciudad. A los dieciocho, ya es profesor-ayudante del mismo. Dos años después muere de la manera más “romántica” que hay de morirse en París. De tuberculosis.

El legado de Arriaga no es muy amplio. Es de suponer. Independientemente de su temprana muerte no se han conservado muchas de sus obras. Entre las que gracias a Dios conservamos se encuentran algunas cantatas religiosas, la obertura de su ópera “Los esclavos felices”, tres cuartetos de cuerda y su Sinfonía en Re que como he contado es mi pequeño descubrimiento del año. La escucho una y otra vez. Y aunque me sigue sonando a Mozart, ahora cuando termino la audición pienso para mi: “me suena a Arriaga”.

P.D.: Mi primo Pablo también nació ese día. Aunque los dioses no deben de quererle mucho ya que pasa de los cuarenta. Mejor así.