domingo, 13 de noviembre de 2011

El trompetista

Sorprendente me resulta que casi nadie conozca una película que he visto recientemente. Sonrojo me produce cuando “googleando” doy con diversas páginas que al hablar de la filmoteca parcial de su director, ni siquiera la mencionen. Y finalmente, las manos se me van a la cabeza cuando muchos expertos en Jazz, no sólo no la han visto, sino que desconocen su existencia.

Me refiero a El trompetista (Young man with a horn) de 1950, dirigida por Michael Curtiz, el director entre otras de Casablanca o Robin Hood (la buena, la de Errol Flynn) y basada en una novela de Dorothy Baker.

La película está protagonizada por Kirk Douglas, el cual se prepara a fondo para interpretar a un chico que de forma autodidacta aprende primeramente y primariamente piano para después comprarse una trompeta, aprender a manejarla, dominarla y finamente hacer de ella su tercer brazo. Enamorado de este instrumento y del jazz, tiene que ganarse la vida tocando en varias orquestas a disgusto, pues no le dejaban improvisar teniendo que ceñirse a lo que la partitura le exigía. Amigos fieles, una pérfida mujer, alcohol y autodestrucción son los ingredientes de El trompetista.   

¿Qué más decir de esta película? Pues que aparte de Douglas, que está excelente (como últimamente voy descubriendo cada vez que veo una peli suya), aparecen Lauren Bacall y Doris Day. Una de ellas es la “pérfida mujer” y la otra canta ocho o nueve temas. Creo que no hace falta que diga quien es quien. Desde el punto de vista cinematográfico… genial. Blanco y negro, luz y sombra, encuadres desde abajo a arriba, mucho humo, bares y barman, y música, mucha música y el sonido único de la trompeta y el piano, de las orquestas, del swing… en fin… una película de jazz. Es más, quizás sea la primera aproximación seria de Hollywood a este sonido.  

Pero independientemente de que me guste este film, el cual recomiendo a todo el mundo, guste o no el jazz y las películas clásicas, lo que realmente me deja perplejo es el amor del protagonista a su instrumento. Éste es un amor enfermizo y tan insano que sólo lo puede romper una enfermedad autodestructiva como es el alcoholismo. Esta relación tiene dos polos opuestos. El negativo… muerte a los 28 (¡¡28!!) años. El positivo… los geniales discos que dejó y la satisfacción para quienes tuvieron el placer de escucharlo en su día. Aún no lo he comentado, pero El trompetista recrea la vida de Bix Beiderbecke (1903-1931), el Armstrong blanco. Hombre de temperamento, que nació para interpretar jazz y, tristemente, pionero en muerte joven provocada por los excesos.

En fin. Aplaudo todo. La película, el director, los actores (como me recuerda aquí Douglas a De Niro cuando era joven), los discos que oigo de Beiderbecke (estos nunca morirán) y su trompeta. Que trompeta.

P.D.: Kirk Douglas, aunque lo borda, no toca la trompeta. Lo hace Harry James.
P.D.(II): Esto es sólo para los aficionados al jazz. Pero para los muy, muy aficionados. El que relata la historia y acompaña al protagonista tocando el piano durante todo el tiempo es Hoagy Carmichael (Smoke), quien se interpreta a si mismo. El amigo inseparable de Bix.

lunes, 31 de octubre de 2011

El cant dels ocells

La invasión norteamericana ya es un hecho. Ha pasado de una pequeña moda que podía haber sido pasajera a implantarse en nuestro país de forma perenne. Me refiero a Halloween frente al Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Nuestra tradición reservaba estos días para recordar a los familiares o personas cercanas que ya no se encuentran con nosotros. Unos lo hacían o, mejor dicho, aún lo hacen, llevando flores al cementerio, otros, quizás sólo en el pensamiento o quien sabe como, pero… no con el tono jocoso de las pamplinitas de los esqueletitos y las calabazas que inundan los comercios, los colegios, la televisión y los trajes de nuestros hijos. Como siempre, vence el “cachondeito” al formalismo. Todo lo que no conlleve una risita tonta tiene las de perder.

Lo curioso es que no son celebraciones incompatibles. No estoy en contra de que los niños disfruten con ésto, pero si de que nadie se preocupe de inculcarles lo que siempre han significado estos días. Convencido estoy de que todos los pequeñazos dicen la pamplina de truco y trato, y segurísimo de que no saben lo que son los Huesos de Santo.

En fin, como lo que yo escribo aquí siempre está relacionado con la música, que es lo que me gusta, creo que después de lo expuesto, lo más idóneo es comentar algún tema relacionado y, casi sin pensar, el que antes se me viene a la mente es “El cant dels ocells”.

El cant dels ocells” es una pieza anónima y catalana. Al menos, ellos han sido los que la han divulgado. Cualquier acto político que conmemore o recuerde un fallecimiento en Cataluña suele ser acompañado por este tema. La directiva de Joan Laporta también lo introdujo en los minutos de silencio que se celebran en el Nou Camp, dandoles a este tiempo aún más emotividad.

Y no es para menos. Compuesta para un instrumento o voz solista, normalmente acompañado por un piano. Su belleza es tal que provoca en su corto tiempo (poco más de dos minutos) un sentimiento tan emotivo (desgarrador y esperanzador) que difícilmente en otra pieza encontramos. Es un verdadero canto a la Paz. Un himno a la libertad.

Su popularidad vino de la mano de Pau Casals, el gran violonchelista, el cual la divulgó universalmente. Incluso la interpretó en la Casa Blanca ante John Fitzgerald Kennedy en 1961 (existe estupendo disco de ese concierto).

El cant dels ocells
Al veure despuntar el major lluminar en la nit més ditxosa, els ocellets, cantant, a festejar-lo van amb sa veu melindrosa, els ocellets, cantant, a festejar-lo van amb sa veu melindrosa.
Ocell rei de l’espai, pels aires vas volant cantant amb melodía, dient Jesús és nat per treure’ns del pecat i dar-nos alegria.

El canto de los pájaros
Al ver despuntar el mayor luminar en la noche más dichosa, los pajarillos, cantando, van a festejarlo con su voz melodiosa, los pajarillos, cantando, van a festejarlo con su voz melodiosa.
Pájaro rey del espacio, por los aires vas volando cantando con melodía, diciendo Jesús ha nacido para sacarnos del pecado y darnos alegría.


P.D.: ¿Algo de Halloween? Está bien, la sobresaliente banda sonora de Pesadilla antes de Navidad, compuesta por Danny Elfman (una verdadera obra maestra en su género).

viernes, 21 de octubre de 2011

¿Qué es el Jazz?

Infinitos debates ha habido, hay y habrá sobre la definición de lo que conocemos como música jazz, y ninguno termina por esclarecerlo. Es más, acaban sin resolver el “problema”. ¿Es posible precisar su concepto? Sabemos sus comienzos, de donde proviene, su desarrollo, lo estilos que se han generado y un largo etc…, pero con respecto a su definición nada queda claro. Ese ha sido el tema que nos ha preocupado últimamente en un foro sobre esta rama de la música en el que participo.

Involuntariamente inicié yo la discusión a raíz de mi negativa a considerar la canción “The girl from Ipanema” o “Garota de Ipanema”, compuesta por Antonio Carlos Jobim y sacada a disco por Stan Getz y Joao Gilberto, como música jazz. El tema, por su ritmo, es una bossa-nova innegablemente. Lo curioso es que en cualquier sitio la catalogan como jazz. Como este ejemplo, otros muchos, tales como las canciones “What a wonderful World” o “Hello Dolly” de Louis Armstrong. ¿En que me baso para negarles tal  clasificación? (sobre todo conociendo que tanto Armstrong como Getz son músicos de jazz puros) Pues en que en esos temas no hay improvisación.

Sin saber definir el jazz, al menos, pienso que su característica más importante es la espontaneidad de los solos, es decir, lo que se llama improvisar. Es verdad que tiene unas formas propias que lo hace inconfundible con otros estilos musicales, tales como el uso constante de síncopas, empleo del “charles” de la batería marcando el golpe fuerte del compás, etc… que son muy utilizadas y generan un sonido peculiar, pero no son definitorias. Insisto, para mí, el jazz es improvisar sobre una base definida.

Como digo, es sólo mi opinión. Esto me ha llevado a tener que combatir mil y una batallas con sólo unos 300 aliados. En una acometida del “enemigo” me preguntaron que como clasificaba a Frank Sinatra. En muchos sitios se considera cantante jazz. En otros, simplemente melódico.

Mi respuesta fue ésta: (hago un “copia-pega” o como dicen los anglosajones un “copypaste”, perdón por la redacción):

Con respecto a Frank Sinatra..... cantante jazz..... no sé, no sé... creo que para mí, no.
Pienso que aunque, (pongo otro ejemplo), Cole Porter haya compuesto muchísimos de los standars más típicos del jazz (night and day, i've got you under my skin, i love paris, begin the beguine, etc...) no es un compositor jazz. Otro ejemplo. Gershwin es innegable la influencia del jazz en su música. Pero él compone una partitura la cual hay que seguir a rajatabla, por tanto... no es jazz. Que suena a norteamericano… innegable. Que utiliza armonías propias del jazz... innegable. Pero él es un compositor... a la europea. Es decir, compositor clásico. La orquesta, el piano, el vocalista, lo que fuera... no se sale un ápice de lo que está anotado en partitura.
Se tiende, creo, a confundir, todo lo que suene "norteamericano" de los años treinta y cuarenta (y más si suena con orquesta formada por instrumentos de viento) con música jazz. Y eso es un error.

En fin, catalogar, etiquetar, clasificar  una música es una difícil tarea. Y más el jazz, que con poco más de un siglo de vida ha generado muchísimas ramas dentro del desarrollo del tronco que han formado sus estilos. Dichas ramas no paran de crecer debido a lo que llamamos fusión y que tanto enriquece el panorama musical.

En fin, después de releer lo expuesto, queda evidente que más que conseguir una respuesta a lo que es, defino lo que no es.

Un forero (gracias, Juanan) comentó esto, y creo que aquí si hubo unanimidad de opiniones favorables:

El JAZZ es la más puta de todas las músicas. ¿O no? Viene acostándose desde siempre con el blues, el swing, el funk, el soul, la clásica, la contemporánea, la brasileña, la de Bali, el flamenco, el pop, el rap, la electrónica, etc… Y lo mejor de todo, es que ¡¡le salen los niños de guapos.... y listos!! Será por su ADN.

Verdad como un templo. Por cierto, otro día pondré un post sobre las Big Bands. Las pobres van a cobrar de lo lindo.

lunes, 3 de octubre de 2011

Historietas musicales. The Quintet. Jazz at Massey Hall.

Monto un circo y me crecen los enanos. Eso debió de pensar el 15 de mayo de 1953 el encargado de organizar un concierto de jazz en Toronto tan sólo unos minutos antes de empezar el mismo.

La idea a priori era magnífica. La “New Jazz Society”, asociación canadiense de entusiastas de esta música, elegía un “dream team” con los mejores intérpretes jazz del momento, para luego contratarlos con el fin de celebrar un recital en el Massey Hall, teatro de la ciudad, con una capacidad para 2500 personas.

La elección también fue acertada. A la trompeta, Dizzy Gillespie; al piano, Bud Powell; al saxo, Charlie Parker (si, el de la gran película de Cint Eastwood, “Bird”, apodo con el que se conocía al citado saxofonista interpretado por Forest Whitaker); al bajo, Charles Mingus y finalmente, a la batería, Max Roach. Dichos músicos ya se conocían perfectamente, luego independientemente de su talento, su compenetración estaba asegurada. Hasta aquí, todo bien.

Pues bien. Póngase en el lugar del organizador y vea con que se encuentra. La primera en la frente. Mala elección de la fecha de celebración, pues coincide con el combate de boxeo por el título mundial de pesos pesados entre J.J.Walcott y Rocky Marciano, evento que será retransmitido por televisión. Resultado, venta de tan sólo 700 entradas. La segunda, se la da el “dream team”. Bud Powell, que acababa de salir de un sanatorio mental, llega totalmente borracho. Parker y Gillespie habían discutido con anterioridad y la relación entre ellos era de bastante tirantez. Para más INRI, Parker llega sin saxofón, al parecer empeñado para conseguir, más que probablemente, heroína. Sobre la marcha y minutos antes, le consiguen uno de “¡¡¡plástico!!!”. Con estos mimbres comenzaba el concierto, dividido en dos bloques. El primero, un trío a cargo de Powell, Roach y Mingus, y el segundo, con los cinco músicos al completo. En medio, un descanso, del cual aprovecha la banda y el público para acercarse a un bar cercano para ver el citado combate. Finalizado éste, por cierto, ganado por Marciano por KO, el personal del teatro tiene que ir a por los músicos y por los oyentes para que regresen al auditorio. No quiero ni pensar el estado en que se encontraría Bud Powell añadiendo a lo que ya traía lo aportado durante el intermedio.

Monto un circo y me crecen los enanos, como antes dije, pensaría el organizador. Pues no, y me dirijo directamente a esta persona. Te equivocas. Has conseguido uno de los conciertos más memorables de la historia de este género. Con estos músicos, el arte estaba garantizado. Están todos sublimes, apoteósicos. Parker hace sonar su saxo de plástico como si fuese el instrumento más caro y mejor terminado del mundo. Gillespie, siempre correcto y brillante, como es su costumbre. Powell, espectacular, arriba y debajo de teclas negras y blancas que parecen quedárseles pequeñas. Roach se sale (una auténtica lección sobre ritmo). Mingus… ¡como va a fallar el mejor bajista de la historia! Resumen, concierto único.

Y si aplaudo tanto este recital, es gracias a Charles Mingus, el cual tuvo el acierto de grabarlo y posteriormente comercializarlo, consiguiendo que 58 años después pueda escucharlo. Precisamente lo hago ahora mientras escribo este texto.

Album: THE QUINTET: JAZZ AT MESSEY HALL
Grabado el 15 de mayo de 1953 en Toronto, Canadá

Lo recomiento a todos los aficionados al jazz (obviamente ya lo han hecho y poco les aporto) y a los que no lo son, para que lo sean.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Falla y yo

Recuerdo una infancia muy ligada a Manuel de Falla en muchos aspectos. Algo lógico al nacer y vivir en Cádiz, ciudad que también fue cuna del mejor compositor español de todos los tiempos. Al menos, a mi parecer.

Desde muy pequeño, con sólo oír su nombre, una especie de escalofrío entraba en mi cabeza, ya que se me unían varias sensaciones dispares como misterio, miedo, sorpresa o sobrecogimiento. Pero sobre todo se me representaba magia y brujería. Cádiz, que genéricamente llamamos al centro de la ciudad los gaditanos para diferenciarlo de extramuros, para mi era Falla. Ir a Cádiz era ir a ver a Falla.

El Conservatorio, donde pasé varios años, llevaba su nombre, lo cual imponía. Estudiar música en un sitio que se llama como el compositor que sale en los billetes de 100 pesetas, pesaba, y mucho. Se encontraba cercado por unas rejas que adornaban el patio de acceso al edificio de Bellas Artes y al mismo, protegiéndolo de una pequeñísima calle llamada del Tinte, que unía dos de las plazas más típicas de mi ciudad, San Francisco y Mina. Precisamente en ésta última, una placa conmemora que el compositor nació en una de sus casas. Una vez pasada la verja descrita, ya era imposible no escuchar el sonido que salían de una y otra ventana de los múltiples pianos que albergaba la escuela. Se oía desde una sonata perfectamente interpretada de Mozart hasta el sonido de un pequeñajo aporreando las lecciones del “malvado” Czerny (quien estudió piano sabe por que lo digo). Una vez dentro del recinto, llegaba lo mejor. El Salón de Actos y su piano de cola. Para llegar allí, había que subir una escalera vestida con una alfombra roja. Al finalizar la cuesta, una imagen de un cuadro te contemplaba directamente. En él una gitana bailaba alrededor de una hoguera. Era imposible pasar de largo sin quedarse fijamente mirándola por un buen rato. El cuadro representa La danza ritual del fuego de El amor brujo, la obra más famosa de Falla, me decía mi madre. Entonces todos los sentimientos que al principio describía se unían en ese escalofrío y pensaba… si Falla tiene una música para esa escena tiene que ser algo único y maravilloso. En efecto no me equivocaba. Esa danza era algo único. Por suerte, tenía una casete con la citada obra.

Esa idealización del autor se hacía mayor si pasaba por el teatro que lleva su nombre. Me parecía mágico. De ladrillitos rojos. Con estilo árabe. Para mí, el edificio más bonito que había en Cádiz. Y se llamaba Falla.

Todo lo que me gustaba de Cádiz estaba vinculado a él de una manera u otra. El coloso de Cádiz, su Catedral, albergaba su tumba. La película del Amor Brujo, rodaba sus mejores escenas en la escalerita de la Iglesia más bonita de la ciudad, la Catedral Vieja.

Y obviamente su música (esa maravilla de cinta, nº15 de Musicalia) y para redondear la faena, adornando mi piano, su busto. Si tocaba una nota bien o mal, allí se encontraba él mirándome a los ojos.

En fin, así de tonto era.

Hoy en día, me preocupo de otras cosas. Por ejemplo, estoy escuchando Noches en los jardines de España, tres piezas (En el Generalife, Danza lejana y En los jardines de Sierra de Córdoba) para piano y orquesta, y mi duda es si se puede considerar esta obra como un concierto (batalla entre el solista y el conjunto) o un poema sinfónico (dada su música descriptiva).

Así de tonto soy.

P.D.1: Todo lo que me provocaba de pequeñajo aun lo siento,
P.D.2: Campuzano, Carrasco. Vuestro piano siempre recordará a los Jardines de Sierra de Córdoba. Seguid en esa línea. Me encanta.

viernes, 5 de agosto de 2011

El Club de los 27

La reciente muerte de Amy Winehouse ha valido para que todos los medios de comunicación incluyan un personaje más en el selecto Club de los 27. La inglesa se ha unido a nombres como Brian Jones, Jimi Hendrix, Janes Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain. Hemos visto, leído y oído por todos lados como Brian Jones moría ahogado en una piscina después de su expulsión de los Rolling Stones; como Hendrix se asfixiaba mientras vomitaba dormido tras mezclar alcohol y pastillas; como Janes moría por una sobredosis de heroína; como al cantante de The Doors se le paraba el corazón, vaya usted a saber de qué, y como Cobain, aparentemente, se suicidaba.

Todos mueren a la misma edad en circunstancias morbosas. Eso es lo importante para entrar en esta sociedad de los 27 añitos. El que cada uno haya sido, en mayor o menor medida, un peso específico en la historia del rock es lo de menos. Lo importante es como han ido cayendo.

Me parece irritante que los periódicos, la tele, la radio o internet, no reflejen que Jimi Hendrix puede haber sido el mejor guitarrista rock del pasado siglo xx; que Brian Jones tuviese más importancia en su momento que el propio Keith Richards en los Stones; que The Doors, gracias a Morrison, haya sido uno de los grandes grupos de la historia; que Janis Joplin cantase en Woodstock o que Nirvana sea el mejor grupo grunge (obviamente) de los noventa. Insisto, lo más importante es como estos degenerados murieron a tan temprana edad.

Por no hablar de Amy Winehouse. Aunque merecida fama tenía y bien lograda a pulso, era más atrayente para todos, sus borracheras en los escenarios o sus cancelaciones continuas de gira, que sus discos o sus canciones. La mayoría la recordarán por una sola canción, “Rehab” (la de .. no, no, no). Muy triste. Winehouse ha sido una bocanada de aire fresco (aunque su estilo, su imagen, sus canciones y su impresionante voz, digamos eran un “revival” del mejor soul) en medio de este momento estancado que sufre la música pop y/o rock. Por eso, me hubiese gustado escuchar la noticia de la siguiente manera: “Fallece Amy Winehouse a los 27 años. Perdemos a la mejor cantante soul actual, que deja tras de sí, dos excelentísimos discos, “Frank” (el mejor) y “Back to Black” (el más conocido), probablemente entre los más sobresalientes de la pasada década.” Y ya está. Todos imaginamos de qué ha muerto. Recordémosla por su música. Y hagamos lo mismo con el resto del club, que muchos jóvenes no conocen casi a ninguno.

Mi petición: Vamos a incluir en el Club de los 27 a la madrileña Cecilia. Cantautora de grandísimas canciones como “Mi querida España”, “Amor de Medianoche” o probablemente una de las cinco mejores canciones españolas del pasado siglo, “Un ramito de violetas”. Lamentablemente reúne las dos premisas que he criticado, el maldito número y un trágico final.

martes, 19 de julio de 2011

Propósitos musicales a corto plazo (pasivos)

Tendría que haber escrito esta entrada hace quince días, pero bueno, no importa. Este es mi propósito musical para este verano. Veremos si puedo cumplirlo o no. Pero al menos lo intentaré. Vamos allá.

Clásica: los diez primeros números de dos colecciones. Hace unos años, tres o cuatro si no recuerdo mal, “El País” lanzó una serie de discos, en concreto cincuenta, cada uno de un compositor distinto. Pues bien, como he dicho, a escuchar y empaparme los diez primeros (ya llevo cinco de ellos, Bach, Beethoven, Chopin, Dvorak y Mozart). La otra obra a la que hago referencia es la de “Deutche Grammophon”, que por su 111 aniversario sacó 55 álbumes reeditados de lo mejor de su historia. Dicho y hecho, del uno al diez me esperan.

Jazz: de una vez (llevo años intentándolo) voy a meterle mano a la serie de documentales (12 en total) que “Ken Burns” realizó sobre la historia del Jazz. También me voy a centrar en escuchar en el coche, discos de Chick Corea, tanto en solitario, como en colaboraciones o con su grupo Return to Forever (por cierto, que bueno el disco, recién sacado del horno, con Hiromi). Este va a ser el verano de Corea. En la tele me tragaré el máximo posible de los conciertos que ponga TVE de los Festivales de San Sebastián y Vitoria. Un repasillo a alguno de otro año tampoco estaría mal.

Pop/Rock/Otras músicas: nada en especial. Quiero repasar el “Rattle and Hum” de U2 (el film, no el disco) que  hace tiempo que no lo pongo. De The Who tengo la película “Tommy”, que no la he visto y quiero hacerlo, y tragarme de nuevo “Quadrophenia”, que no estaría de más.

Por último, me he hecho con las típicas películas de Fred Astaire, “Sombrero de copa”, “En alas de la danza”, “Melodías de Broadway”, etc…. Veremos si soy capaz de sentarme frente a la tele y pasarme hora y media viendo como este calvete canijillo mueve los pies. Por lo menos he conseguido que mi hija tararee el “That’s the entertainment!”. Y estamos en Julio. Para Agosto, el Cheeck to Cheeck.

viernes, 24 de junio de 2011

E Street Band

El pasado domingo día 20, mi mujer leyendo el diario en Internet me comentó que si sabía la noticia de la muerte del saxofonista de Bruce Springsteen. ¡Coño, el negrito gordo! respondí de inmediato. Ella se sorprendió de que supiera quien era y seguro que pensaría que marido más friki tengo. Pero no es así. Clarence Clemons no es un músico cualquiera para mí. Este hombre es el más carismático de la banda, el que llena las canciones y trasmite su peculiar alegría dejándose los labios una y otra vez, y queriendo o no, forma parte de la historia de las carátulas de discos. Si algún seguidor lee ésto sabrá de qué portada hablo. Más bien contraportada.

Yo siempre he escuchado todo tipo de música. En mi adolescencia obviamente el pop y el rock invadieron mi dormitorio y el salón de la casa. De todo lo que escuchaba y veía por la tele, en plena época videoclip, dos cantantes, uno extranjero y el otro español, declinaron mis gustos claramente hacia el rock. Y en concreto al rock urbano. Eran Bruce Springsteen y Loquillo. Pero lo que más me gustaba eran las bandas que lo acompañaban. La E Street Band y Los Trogloditas. Su fuerza, su descaro, su compenetración en apenas tres o cuatro acordes que tiene una canción lo transmitían en los discos que, como he dicho, ponía sin parar a tope de volumen.

Recuerdo que a Springsteen lo conocí tarde, años después del Born in the USA. Mi primer disco suyo fue el Tunnel of Love. Como me encantó fui comprando los antiguos. Y entre ellos, los dos mejores que ha firmado el jefe, Born to Run y The River. En esos dos discos está todo el rock’n’roll de la historia resumido. Igual de importante era la banda que su líder. De vez en cuando ponían imágenes de sus conciertos donde veíamos el gigantón “negrito gordo” disfrutando de lo lindo con sus solos, y siempre de broma con alguna que otra coreografía con Springsteen. Que potente sonaba la batería. Que fuerza las guitarras, que ritmo de garaje marcaba el bajo. En fin, el sonido de New Jersey a los que la banda contribuyó sobresalientemente.

Pero ya no hay nada que hacer. La E Street Band se acabó. Ya un par de años antes había muerto Danny Federici, el de los teclados. Ahora el saxo. Ningún concierto, ningún disco sonará igual. The Boss seguirá sacando álbumes. Serán seguramente maravillosos. Pero ninguno como Born to Run o The River.
Finalizo dando las gracias por agradarme la vida a todos los miembros de la banda, los cuales cito de memoria (espero no equivocarme y hacer el ridículo): Bruce y su mujer Patty, Garry Tallent, Max Weinberg (que final tiene en el tema Born in the USA; cuando la canción ha terminado, el redobla y redobla hasta que el grupo vuelve al principio), Roy Bittan, Steven Van Zandt y los fallecidos Danny Federici y Clarence Clemons (el negrito gordo).

Pequeños momentos mágicos de mi vida: hace un par de años en la serie Como conocí a vuestra madre, el protagonista tiene que decidir si vivir con su novia en New Jersey, ciudad de ella, o en NewYork donde vive él. Se pelean por ambas ciudades. Suena el New York, New York mientras engrandece la ciudad y empequeñece la otra. El finalmente cede, y en ese instante a su mente le viene Bruce Springsteen cantando a su New Jersey. Bellos de punta.

sábado, 4 de junio de 2011

El Mozart español

Ha sido mi descubrimiento del año. He de reconocer que sólo conocía su existencia por el Teatro que lleva su nombre en Bilbao. Quizás mi ignorancia es debida a que en una colección de música clásica que ha sido mi guía para conocer a tantísimos compositores, no apareciera ninguna obra suya.

Hace unos pocos años sacaron un coleccionable de cedés, de venta conjunta con un diario, de música clásica española. Compré la colección completa y fui escuchándolos poco a poco. Albéniz, Granados, Falla, Sarasate, Turina, … todos ellos han pasado por mis lectores (ordenador, coche, etc…). Pero dejé uno arrinconado. El ¿por qué?, pues no lo sé. Quizás, por el desconocimiento al que me refería anteriormente.

Un poco antes de la Semana Santa puse Radio 2 (la clásica) en el coche. Juego muchas veces a intentar descifrar el autor de la pieza que está sonando. Con eso me distraigo y, dicho sea de paso, aprendo mucho. Piensas la época, la nacionalidad, sus características, etc… para llegar al compositor y acertar. Bueno, volviendo a ese día. Sonaba un tema. Rápidamente me di cuenta que por su instrumentación y estilo era una sinfonía. A los veinte o treinta segundo estaba convencido de que era de Mozart. Terminó la pieza…. y el programa. El presentador se despedía cuando me llamaron por teléfono y me quedé sin saber nada de la obra.

Días después me acordé de esto. Busqué el programa en Internet… y ¡Sorpresa! No era Mozart. Era una Sinfonía de Juan Crisóstomo Arriaga. Curiosamente, el del disco que nunca había puesto. Lo apunté en mi cuadernillo de “tareas pendientes”. Hace un par de semanas me propuse escucharlo. El CD consta de tres obras. La Sinfonía en Re y el 1er y 2do cuarteto de cuerda. La primera interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la dirección de Jesús López Cobo. Palabras mayores y realmente atrayentes.

Desde entonces escucho el álbum una y otra vez. Sobre todo la Sinfonía. Maravillosa.
El cuarto movimiento me encanta. Y me sigue recordando a Mozart. Obviamente he buscado en mis libros de música, mi enciclopedia clásica, Internet, etc… y me he informado de la vida y obra de Arriaga. Que la música suene al de Salzburgo no es raro. El bilbaíno nace en 1806. Digamos que enclavamos su obra en período clásico y la influencia mozartiana es más que lógica. Haydn es quien define el estilo. Mozart lo toma de éste y lo desarrolla.

Pero en sus biografías hay algo más que une al protagonista de mi disco con el que generó mi confusión. Ambos nacen un 27 de enero cincuenta años después. Los dos son músicos precoces. A los tres años uno da conciertos de piano y el otro de violín. Empiezan a componer en su niñez. Del austriaco ya sabemos. El español, crea su primera y única ópera con quince años. Y finalmente, más bien desgraciadamente, mueren jóvenes (“los elegidos de los dioses mueren jóvenes”). Arriaga en concreto… con sólo veinte años. Cuando tenía quince deja Bilbao para ir a París a perfeccionar sus conocimientos en el Conservatorio de la ciudad. A los dieciocho, ya es profesor-ayudante del mismo. Dos años después muere de la manera más “romántica” que hay de morirse en París. De tuberculosis.

El legado de Arriaga no es muy amplio. Es de suponer. Independientemente de su temprana muerte no se han conservado muchas de sus obras. Entre las que gracias a Dios conservamos se encuentran algunas cantatas religiosas, la obertura de su ópera “Los esclavos felices”, tres cuartetos de cuerda y su Sinfonía en Re que como he contado es mi pequeño descubrimiento del año. La escucho una y otra vez. Y aunque me sigue sonando a Mozart, ahora cuando termino la audición pienso para mi: “me suena a Arriaga”.

P.D.: Mi primo Pablo también nació ese día. Aunque los dioses no deben de quererle mucho ya que pasa de los cuarenta. Mejor así.

viernes, 13 de mayo de 2011

Clara Wieck-Schumann

Hasta la retirada del marco alemán en 2002 (por la llegada del euro) el billete de 100 llevaba la imagen de Clara Schumann. La gran mayoría desconoce su vida e incluso quien es. Lejos de hacer una biografía culta, extendida y seria, narraré su vida en un tono “prensa amarilla” con el fin de que si alguien pierde el tiempo leyendo ésto se familiarice con el personaje y entienda que ha hecho esta señora para que le diesen en su momento tan grato honor.

Clara Wieck nace en 1819 en Leipzig, Alemania. Su padre y su madre son pianistas, profesores y vendedores de piano. Obviamente, le enseñan a tocar, al igual que a sus hermanas, dicho instrumento. Como la niña vale y destaca, su padre la empieza a promocionar. El Señor Wieck siguiendo la tradición de la época acogían a sus alumnos en su casa y es así como llega a la suya un tipo que dice querer ser concertista, compositor y escritor y que realmente a la fecha sólo es un soñador. Clara tenía entonces once añitos. El aprendiz recién llegado, veinte. Su nombre era Robert y su apellido Schumann.

En el salón de la casa frente al piano comienza una pequeña amistad entre ambos. Pasan pocos años y ya por el pasillo la amistad crece y es un poco mayor. Pasan otros tantos y por los dormitorios… en fin, ya están enamorados, … ¿y que sucede? Pues que deciden casarse antes de liarla parda. Pero… problema. Clara sigue siendo menor de edad. Es cuando Robert Schumann se le ocurre pedirle consentimiento al padre. Éste se pone a reír ante tal proposición, pues Schumann sigue con su mundillo “fantasioso-romántico”, muy bonito, pero poco práctico. Resumiendo, que no tenía ni oficio ni beneficio. Resultado… prohibición, deterioro relación padre – hija, me escapo de casa, a los tribunales, etc… Finalmente, el bueno de Schumann empieza a despuntar como concertista y a conseguir solvencia económica lo que permite la realización del esperado matrimonio.

Una vez casado, el tonto (porque no se le puede definir de otra manera) de Robert, no se le ocurre otra cosa que inventarse un aparatito que le agrande la mano. Cuando se destroza los tendones de los dedos se acaba su carrera de intérprete. Solución: Clara toca de lujo. Que sea ella la que interprete las composiciones de su marido.

Así nace la leyenda del matrimonio Schumann. El compone estupendamente piezas sobre todo pianísticas y ella las interpretas de forma magistral. Robert está loco por su mujer y se refleja en sus composiciones que directa o indirectamente hablan de ella. Clarita está loca por su marido y sólo toca obras suyas. Pasan los años y Clara sigue mejorando aún más su técnica. Puede ser, casi sin dudad, la mejor pianista del siglo XIX hasta que surge de la nada… Franz Liszt. Nacido en Hungría, es el gran intérprete de piano de la historia. Su desenvoltura, facilidad, agilidad, técnica, virtuosismo, sus composiciones, sus versiones, su personalidad, etc… le convierten en el gran concertista, el ídolo de masas, la estrella de la música (hasta las mujeres se desmayaban escuchándolo). Clara se siente algo acomplejada ante éste y dado su carácter algo machista (aunque algo hizo, ella misma pensaba que no podía componer pues era cosa de hombres) frena su carrera. Clara era la antípoda de George Sand, la amiguita de Chopin. A pesar de todo ella sigue con sus conciertos, dejando la rivalidad para el húngaro (Liszt) y el polaco (Chopin).

Pero en fin, no todo es bonito en esta época romántica. Robert es un señor depresivo… depresivo. Bastante depresivo y en más de una ocasión se intenta suicidar sin motivos aparentes… o no. Resulta que Schumann es también crítico de una revista propia y conoce y habla maravillas de Johannes Brahms, entonces músico incipiente. Éste conoce al matrimonio y se enamora de ambos. Bueno, de él sólo de su música. La amistad entre Clara y Johannes sólo terminó con la muerte de ambos. ¿Fue un amor platónico? ¿Fue correspondido? Parece que no. Que no pasó nada. Schumann murió en un psiquiátrico. Clara dedicó sus últimos cuarenta años de vida a tocar por toda Europa la música de su esposo.

Las malas lenguas hablan también que a raiz de “la guerra de románticos” entre Brahms, Clara y Joachim por un bando y Liszt y Wagner por otro, pudiese surgir algún flechazo de estos dos últimos con la señora Schumann (el primero era un famoso limpiador de chimeneas de mujeres casadas; el segundo… que le pregunten a Hans von Büllow quien era el padre de su “hija” Isolda). La referida guerra no es más que una controversia donde Beethoven es el eje central. Todos lo aman, pero mientras unos piensan que es la cúspide de la montaña inalcanzable donde todo a partir de él debe girar, otros lo ven como el pedestal de donde nace una nueva música. Éste es un tema muy interesante que ya comentaré en un nuevo post.

Dos anécdotas: La primera referente a la guerrilla y la otra al matrimonio.
1)      Independientemente de cómo consideraran a Beethoven, Liszt no podía ver a Brahms porque el virtuoso pianista en una exhibición privada para unos pocos amigos interpretó una variación de un tema de Johannes. Cuando terminó y giró la cabeza para ver que le había parecido… Brahms dormía placidamente. Demasiado para su ego.
2)      Robert tenía un diario en el cual anotaba su vida. Cuando se casaron, Clara y él escribían conjuntamente en el libro. A la muerte del compositor, ella siguió apuntando en él. Es el diario de Robert y Clara. El matrimonio y el libro están enterrados juntos en Bonn. 

Finalmente, aclarar que no he querido ofender a ninguno de los mencionados. Sólo he intentado contarlo de una manera algo maruja. Cualquiera que me conozca sabe que mucho de los nombrados son mis ídolos.
Se me ocurrió hacer este escrito cuando buscando entre mis partituras antiguas me encontré con mi libro “Escenas de Juventud” de grato recuerdo de mis años de Conservatorio. Muchas gracias a los Schumann.