viernes, 30 de septiembre de 2011

Falla y yo

Recuerdo una infancia muy ligada a Manuel de Falla en muchos aspectos. Algo lógico al nacer y vivir en Cádiz, ciudad que también fue cuna del mejor compositor español de todos los tiempos. Al menos, a mi parecer.

Desde muy pequeño, con sólo oír su nombre, una especie de escalofrío entraba en mi cabeza, ya que se me unían varias sensaciones dispares como misterio, miedo, sorpresa o sobrecogimiento. Pero sobre todo se me representaba magia y brujería. Cádiz, que genéricamente llamamos al centro de la ciudad los gaditanos para diferenciarlo de extramuros, para mi era Falla. Ir a Cádiz era ir a ver a Falla.

El Conservatorio, donde pasé varios años, llevaba su nombre, lo cual imponía. Estudiar música en un sitio que se llama como el compositor que sale en los billetes de 100 pesetas, pesaba, y mucho. Se encontraba cercado por unas rejas que adornaban el patio de acceso al edificio de Bellas Artes y al mismo, protegiéndolo de una pequeñísima calle llamada del Tinte, que unía dos de las plazas más típicas de mi ciudad, San Francisco y Mina. Precisamente en ésta última, una placa conmemora que el compositor nació en una de sus casas. Una vez pasada la verja descrita, ya era imposible no escuchar el sonido que salían de una y otra ventana de los múltiples pianos que albergaba la escuela. Se oía desde una sonata perfectamente interpretada de Mozart hasta el sonido de un pequeñajo aporreando las lecciones del “malvado” Czerny (quien estudió piano sabe por que lo digo). Una vez dentro del recinto, llegaba lo mejor. El Salón de Actos y su piano de cola. Para llegar allí, había que subir una escalera vestida con una alfombra roja. Al finalizar la cuesta, una imagen de un cuadro te contemplaba directamente. En él una gitana bailaba alrededor de una hoguera. Era imposible pasar de largo sin quedarse fijamente mirándola por un buen rato. El cuadro representa La danza ritual del fuego de El amor brujo, la obra más famosa de Falla, me decía mi madre. Entonces todos los sentimientos que al principio describía se unían en ese escalofrío y pensaba… si Falla tiene una música para esa escena tiene que ser algo único y maravilloso. En efecto no me equivocaba. Esa danza era algo único. Por suerte, tenía una casete con la citada obra.

Esa idealización del autor se hacía mayor si pasaba por el teatro que lleva su nombre. Me parecía mágico. De ladrillitos rojos. Con estilo árabe. Para mí, el edificio más bonito que había en Cádiz. Y se llamaba Falla.

Todo lo que me gustaba de Cádiz estaba vinculado a él de una manera u otra. El coloso de Cádiz, su Catedral, albergaba su tumba. La película del Amor Brujo, rodaba sus mejores escenas en la escalerita de la Iglesia más bonita de la ciudad, la Catedral Vieja.

Y obviamente su música (esa maravilla de cinta, nº15 de Musicalia) y para redondear la faena, adornando mi piano, su busto. Si tocaba una nota bien o mal, allí se encontraba él mirándome a los ojos.

En fin, así de tonto era.

Hoy en día, me preocupo de otras cosas. Por ejemplo, estoy escuchando Noches en los jardines de España, tres piezas (En el Generalife, Danza lejana y En los jardines de Sierra de Córdoba) para piano y orquesta, y mi duda es si se puede considerar esta obra como un concierto (batalla entre el solista y el conjunto) o un poema sinfónico (dada su música descriptiva).

Así de tonto soy.

P.D.1: Todo lo que me provocaba de pequeñajo aun lo siento,
P.D.2: Campuzano, Carrasco. Vuestro piano siempre recordará a los Jardines de Sierra de Córdoba. Seguid en esa línea. Me encanta.